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sábado, enero 26, 2008

DE LA TIERRA Y DEL CIELO


Los universos paralelos se tocan, y en las líneas divisorias se crean interfaces con puertas y ventanas imaginarias. Y desde ahí se asoma la hembra humana al cielo, y descorre el invisible velo. Las líneas del mundo-paralelos, trópicos, ecuadores, meri­dianos- son imaginarias, pero tienen algún sentido: se han inventado para que alguien las cumpla, como destino rayado en las manos del hombre. La fantasía, el mito, la leyenda…


Yo la he vivido, sin saberlo, el me­ridiano todo del 4° grado al Oeste de la ficción de Greenwich.


Sin intención ni intento crucé fronteras, discurrí por las carreteras, las ferrovías, los caminos de tierra, las arenas dulces y las playas amargas y queridas de los mares opuestos, Santander, Chetumal, bahías, puertos, ríos, lagunas, empozaderos, hasta me he quedado dormida en la vaporo­sa estela de los jumbo-jets, para leerlo hoy en el mapa de Hammond.

Desde 1988 en que desembarqué en el hogar de Lolita la Se­villana, deambulé como errante sombra, Santander, Mar Cantábrico, a la playita y las grutas neolíticas de Nerja o Altamira, a la luz de una criatura de Valparaíso, viña del mar de la vida, en el Pacífico en línea con el Mediterráneo mar que ha sido la sangre de mi alma, estío de 1998, todita entera estoy crucifi­cada en esa línea del 4° grado.

Ni siquiera Madrid, que era mi cuerpo, ni Salamanca que me dio en el pecho La Flecha de fray Luis, ni Barcelona (flor de amigos) pasan por la Línea; sino Herrera de Pisuerga, La Ciudad de la Herrería al lado del río de las dos ciénagas (Pisuerga)'. Ahí es nada, pero es verdad. Laguna Negra de Álvar González, Peñafiel y Segovia romana.

El Escorial llameante y la alta Sierra, más nevada en verano que de costumbre, una tarde en Aranjuez y Toledo del Greca y su tajante cielo verde y Ocaña y su cárcel perpetua. Villarrubia de los Ojos, mero Guadiana y su Laguna de Rubiera, Almodóvar del Campo, Puerto Lla­no, la Sierra Morena como mi madre, como la Virgen; Bailén y su batalla y Jaén donde resido y ceno jocosamente; Andújar y Martos, nombres que llevo cerca, separados por el Guadal­quivir lodoso y amarillo; Alcalá la Real (no la de Henares), Montefrío y la Alhama de Granada (¡ay de mi Alhama!) y otra vez la Nerja (malagueña donde en algún momento quise morir). Esta España,

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